El hongo de la miel es reconocido como el organismo vivo más grande del mundo. O mejor dicho, no él mismo, sino su micelio, que con sus parámetros sorprende incluso a los recolectores de hongos y biólogos experimentados. Esta criatura gigante crece en el Refugio de Vida Silvestre Malheur, en el este de Oregón (EE.UU.). Su territorio abarca unas 1.000 hectáreas y en él cabrían unos 1.600 campos de fútbol. El peso del micelio de la subespecie de hongo enorme Armillaria ostoyae supera las 600 toneladas y su edad es de más de 2500 años.
Los científicos han apodado al hongo negro de la miel el monstruo de Oregón no por sus fantásticos parámetros, sino por el daño colosal que el hongo parásito causa a la vegetación circundante. Los tentáculos de los hongos, los llamados rizomorfos, se extienden bajo tierra a grandes distancias, enredan las raíces de los árboles y secretan enzimas que excavan en la corteza de la planta y succionan todos los nutrientes de ella.
Incluso algunos robles centenarios de la reserva no pudieron resistir bajo los tentáculos mortales de este pulpo gigante. La muerte masiva de la vegetación obligó a los micólogos a buscar la causa del desastre. Así se descubrió el monstruo de Oregón que, según los expertos, es capaz de deforestar el territorio bajo su control en un par de años.
Fue gracias a la muerte masiva de árboles que se identificó al gigante. Atraídos por la historia de la muerte de los árboles, los biólogos pudieron determinar en 1998 que el micelio del hongo de la miel de Oregón no son grupos individuales que crecen en todo el bosque, sino un organismo vivo gigantesco e integral. Anteriormente, el ser vivo más grande del mundo era considerado el micelio del hongo de la miel oscura, que crece en el estado de Washington. Su tamaño se estimó en 600 hectáreas.
El micelio del hongo de la miel no sólo parasita el sistema radicular de las plantas. Gracias a los rizomorfos (una especie de hilos), el micelio penetra debajo de la corteza de un árbol y puede crecer en él decenas de metros, alimentando así a sus hongos con sustancias útiles. Esta explotación por parte de un organismo extraño mata el árbol. Los hongos pertenecen a un reino aparte; no son ni plantas ni animales; contienen partículas de ambos. Sin embargo, los hongos siguen estando más cerca de los animales que de las plantas. Es posible que en nuestro planeta existan micelios más grandes, cuya existencia aún es desconocida para los científicos.
Debajo de cada bosque hay una especie de Internet: una compleja red subterránea de raíces, hongos y bacterias interconectados. Estos organismos a menudo están relacionados entre sí a través de simbiosis; por ejemplo, los hongos y las bacterias ayudan a las plantas a absorber sustancias orgánicas e inorgánicas útiles del suelo y también a fijar dióxido de carbono y nitrógeno de la atmósfera.
Los simbiontes vienen en varios tipos diferentes. Algunos, los hongos micorrízicos arbusculares, pueden penetrar los hilos de micelio entre las células vegetales o incluso dentro de las propias células. Las raíces de la planta prácticamente no cambian y estos simbiontes solo pueden detectarse bajo un microscopio. Otros, ectomicorrízicos, entrelazan la raíz con una densa red de hilos y pueden penetrar en el espacio interlacular, pero no en las células. Otros entran en simbiosis con plantas de una sola familia. Finalmente, otro tipo de simbiontes, las bacterias fijadoras de nitrógeno, son capaces de capturar nitrógeno de la atmósfera y enriquecer el suelo con él.
El crecimiento del micelio, que consta de filamentos delgados, no está asociado con un cambio en la relación entre masa y superficie a través de la cual el micelio recibe agua y nutrientes. Y el gigantismo, como la longevidad, se justifica desde el punto de vista del micelio. Si su superficie es grande, no está sujeta a las vicisitudes del destino. Mientras que en un lugar los árboles mueren y se pudren, proporcionando alimento al hongo, en otros el micelio espera a que el bosque vuelva a crecer.